La base de datos de identidades

19 julio, 2010

John Battelle escogió el término de ‘base de datos de intenciones’ para referirse, con alguna fortuna, a aquello que Google había creado con su buscador, un universo con todas las respuestas a nuestras preguntas, con las réplicas a nuestros intereses, que posteriormente la empresa se ha encargado de convertir en ingresos, poniendo en contacto a los interesados con las compañías en condiciones de satisfacer necesidades (aunque por el camino nos hayamos convertido en algo menos autónomos para decidir lo que nos conviene). La idea de una base de datos universal con nuestras ambiciones no deja de ser inquietante, como si algo íntimo y consustancial a las personas fuese apropiado por una entidad extraña, sospechosa por la mera circunstancia de ocupar un rol que no estamos seguros de haber admitido. Y sin embargo, como en aquellas ficciones borgianas de bibliotecas universales de información, ahora -con el conocimiento humano agregado en forma de imágenes, textos, sonidos y vídeos- volcamos cada año a la web todo el conocimiento y datos que producimos, y tenemos a compañías gozando de una posición privilegiada entre nosotros y el acceso al mismo. ¿Qué puede haber más inquietante?

Facebook. En las oficinas de Mountain View donde Google prepara sus estrategias para ‘organizar la información mundial y hacerla accesible y útil‘, sospecho que el rival a quien más temen es a una compañía más joven y con una inercia mucho más arrolladora que los grandes gigantes tecnológicos, sobrecapitalizados y torpes, a los que hace tiempo ya derribaron. ¿Debemos los usuarios ver en Facebook a una compañía más amable y menos amenazadora que al monstruo que conoce nuestro futuro más inmediato? Si Google ha amasado una base de datos de intenciones, un extracto de nuestro futuro más próximo, Facebook puede estar construyendo una base de datos de identidades, el catálogo completo de nuestro pasado y presente. En Facebook depositamos nuestras relaciones, nuestros gustos y opiniones, las empresas con las que hacemos tratos -o los haríamos-, las fotos que nos describen… y si algo escapa a su muro, entonces la penetración de su plataforma de gestión de identidades Facebook Connect permite cerrar el círculo de nuestros perfiles: dónde estamos, qué compramos, qué escribimos, qué leemos, a quién seguimos o rechazamos. Facebook Connect tiene ya a más de 80.000 sitios web apoyándose en su API de gestión de accesos, y presumiblemente el número crece a un ritmo comparable al de sus usuarios. Nuestras personas están hoy expuestas de forma nítida en internet; lo que ocurre en la calle, también. Muy pronto, de la mano de tecnologías de reconocimiento facial, aquello de lo que realizamos fuera del medio quedará también incorporado, digitalizado, en la red. Todo lo que somos, mejor que si lo hubiésemos recogido con el mayor escrúpulo en nuestro diario, está escrito, indexado, categorizado libre de sesgos en unas cuantas bases de datos que Facebook administra eficiente, innovadoramente.

¿Qué garantías tenemos de que Facebook utilice el poder que le hemos otorgado respetuosa y discretamente? Habría que preguntarse en primer lugar si nosotros como usuarios se las exigimos, lo que es muy dudoso. En un mundo donde el valor de la privacidad ha caído a niveles tan exiguos que hacen difícil su medición, Facebook tiene todos los incentivos a emplear económicamente, sin ninguna otra consideración, la información que nosotros le regalamos. Lo demás, es interpretación de la letra pequeña. Ni siquiera muertos estaremos a salvo.


Internet meets mobile

29 diciembre, 2009

Morgan Stanley acaba de publicar unos informes sobre los temas claves de internet móvil, desarrollando lo que Mary Meeker apuntó en octubre. Un aspecto en el que se detienen es en el de los ciclos tecnológicos (ahora nos encontraríamos en el de internet en el móvil) y como nos situamos al comienzo de uno nuevo que el mercado tecnológico va a experimentar con gran transformación. El banco nos cuenta que muchas de las lecciones del pasado son aplicables al nuevo ciclo, magnificadas.

La explosión de internet móvil (si excluímos los dongles o modems 3G) está viniendo de la mano de los smartphones, lo que ha convertido a Apple, su produto (iPhone/iTouch) y su plataforma (iTunes/App. Store) en los grandes dominadores. Si efectivamente la historia de internet puede repetirse en el caso de internet móvil con unos años de retraso (unos 3 o 4 si tomamos la valoración de MS), entonces Apple podría acabar siendo el Microsoft del internet móvil.

Apple se ha beneficiado de constituirse de facto en el sistema operativo de internet móvil. AT&T reconce que su 3% de clientes propietarios de un iPhone devoran un 40% del tráfico de datos que circula en sus redes (hasta se ha sugerido que detrás de esto pueda estar la indisponibilidad de terminales en su web).  Se trata de un ‘ecosistema’ de aplicaciones, hardware y software (OS) al que Apple ha colocado una puerta de entrada que ellos mismos se encargan de vigilar. La intensa heterogeneidad del mercado de los terminales antes de la irrupción del iPhone le ha permitido conseguir una adhesión sin precedentes de los usuarios, de la mano de su proverbial capacidad para hacer utilizable (y sexy) la tecnología. Adicionalmente, el momento era el adecuado, con un nivel de capacidad de procesamiento y memoria que hace pensar ya en los smartphones como verdaderos PCs de mano. En un nuevo ciclo tecnológico, el de los teléfonos (y otros dispositivos conectados), Apple tiene serias posibilidades de convertirse en el proveedor del nuevo sistema operativo de referencia.

No obstante, una importante lección aprendida de Microsoft es que el paradigma del PC no es eterno. La red es el ordenador, cabría repetir, y un excesivo compromiso con el modelo del desktop es lo que ha llevado a MSFT a perder el tren de la nube. El paradigma ahora en la informática es el software como servicio, es Google y las aplicaciones en la red, es -posiblemente- un sistema operativo abierto, reutilizable y acaso residente en internet. ¿Espera a Apple su propio Google? Segun Morgan, tiene unos 2 o 3 años para saberlo.


El valor de los amigos

1 octubre, 2009

La mayoría de personas -especialmente los trabajadores de oficina- hemos tenido ocasión de oír la persistente proclama del valor del networking. De hecho es posible encotrar que últimamente, algunos investigadores han aportado un análisis más científico a lo que ya recogía el refranero sobre el valor de los amigos: los empleados con mayor red de contactos son los más productivos (aquí y aquí, entre otros).

Según parece, podríamos concluir que el valor -en el sentido económico- de las personas está asociado a su papel en las redes en las que habitan. Redes que siempre han existido (desde la tribu que intercambiaba entre sí y con el poblado al otro lado del río), pero que ahora son omnipresentes y además, tienen la virtud de dejar registradas las interacciones, querámoslo o no, de modo que ahora seamos capaces de conocer a tus amigos sin preguntarte (un reciente artículo precisamente ha revisado la información de consumos y usos de abonados de telefonía móvil para elaborar las listas de amigos de cada uno, concluyendo que ofrecen más precisión incluso que la que aporta el propio usuario al elaborarla).

Las operadoras de telecomunicaciones llevan algún tiempo siguiendo el eje del valor para segmentar clientes en sus carteras. De este modo, se generan los tipos de clientes ‘oros, platas y bronces’, o categorías parecidas, normalmente de acuerdo a sus ingresos (ARPUs): tu ARPU determina qué terminal te ofrecen cuando amenazas con pasarte a otro operador, incluso qué tipo de agente o atención recibes del Servicio de Atención a Clientes. El valor del cliente, su facturación (indirectamente, su margen), determinan la importancia de éste para el operador. ¿Es no obstante el margen o facturación, aunque sea sofisticado mediante modelos que contemplen no sólo los ingresos actuales sino también los futuros -un artificio conocido como valor de vida del cliente o customer lifetime value– el mejor indicador del valor del cliente para la empresa? En el valor de un cliente, la tasa de abandono o churn es un factor fundamental en el resultado final, ya que cuanto más tiempo pase el cliente abonado a los servicios, más diluida queda la costosa inversión que representa a menudo captar al cliente. Este churn es en consecuencia combatido denodadamente por los operadores, que dedican ingentes recursos y ajustes en sus procesos comerciales para reducirlo, con escaso éxito: Movistar en esencia lo mantiene constante desde el 2006 (en el fondo esto no es extraño, ya que el resto de competencia pone un esfuerzo comparable en que el churn de Movistar suba. Lo mismo podría decirse de cada otro operador, con sus matices).

Quizás las operadoras deberían revisar su concepto de cliente valioso. Un cliente que tiene un mayor número de contactos, mejor relacionado, probablemente sea más valioso que el cliente que llama mucho (es cierto que pueden coincidir con alguna frecuencia, pero no necesariamente siempre: pensemos en alguien que llama mucho a su pareja o siempre a un número en el extranjero). El primero típicamente atraerá más clientes al operador (los que le llamen querrán beneficiarse del efecto red con precios reducidos), y él mismo tendrá menores incentivos a abandonar la compañía. Además, mientras que el segundo es más visible para otras operadoras (pueden conocer su factura o él mismo se autoselecciona al escoger el plan de consumos con el que migrará al nuevo operador), el primero es más defendible, oculto a la competencia. Los de alto consumo, negocian desde una posición de ventaja, apuran el margen que aportan al operador; los de alta relación consideran al operador un facilitador. Aun desde un punto comercial, sin conseguimos evangelizar al cliente relacionado es más probable que el connector actúe como un salesmen, en el lenguaje de Gladwell. Beneficios difíciles de contabilizar, pero intuitivos de reconocer. ¿Complejo de determinar? Ya hemos visto que la información puede extraerse (los operadores on expertos en análisis de datos de consumo, llevan haciéndolo un buen tiempo). Quizás en un tiempo dejemos de ver oros, platas, bronces para trabajar con continentes, penínsulas, islas.


Dosis de hiperrealismo

5 agosto, 2009

«Tweets are the blog posts you thought about writing, but didn’t feel they had enough substance»

Mark Cuban                            

Twitter es probablemente el site o web más efervescente en internet. Algo debe tener un web que permite telegrafíar estados de ánimo cuando es capaz de atrapar a las personas en las situaciones más inverosímiles: un miembro del jurado durante una deliberación por juicio o un jugador de baloncesto profesional ¡en el descanso del partido!.

En la era de la telerrealidad, en la que todos hemos conseguido desarrollar y satisfacer una irrefrenable sed por los detalles de la vida diaria de las personas, twitter consigue la instantánea satisfacción de la vanidad que supone expulsar al ciberespacio, ante la mirada de millones, los pensamientos que nos atraviesan la mente sin exigirnos reflexión, análisis crítico, o la maduración que incluso los posts más ágiles requieren cuando se emplea un blog. De un plumazo, el microblogging de twitter acaba con las barreras -si las había- del blogging y la generación de contenidos por los usuarios: un acceso directo, sin espacio para los matices, en interfaz de trabajo inmediato y también móvil (algunos fabricantes de terminales están proyectando dispositivos con acceso directo a Twitter a la pantalla del móvil para llevar aquello del always on hasta el final). Ahora ya todos podemos pensar en voz tan alta que penetramos la atención de personas en el otro extremo del mundo, sin esperar a contar con una idea digna de ser expresada, como reza la cita inicial de este post. ¿Acaso puede haber nada tan democratizador? Cualquiera puede twittear, aunque no tenga nada que decir. ¿Quién puede equivocarse en 140 caracteres? El reto es tan irresistible, de puro sencillo, que se compite en la acumulación de seguidores, sin considerar qué se tiene que decir o si se tiene algo que decir. Vale con contar lo que se está viendo. El medio vuelto un fin o, más bien, un medio sin un fin aparente. 

Tal como recoge Gideon Rachman del FT, el problema de Twitter es que a un tiempo maximiza la brevedad y la cantidad de comunicación. El servicio no permite filtrar, etiquetar, buscar tweets -como se han dado en llamar-. Es el paroxismo de la instantaneidad, sólo sirve estar alerta siempre, sin descanso, para no perder el hilo -si es que lo hay- de la realidad del otro. Si seguir a un twitter(er) activo agota, ser seguidor de varios -o de la mayoría de medios que se han apuntado a la moda de ametrallar con tweets- es simplemente enloquecedor. ¿Qué esperamos de Twitter? Aunque algunos parezcan haber encontrado un sentido racional o económico al instrumento, quizás y en el fondo con twitter estemos deshaciendo el camino del web 2.0: escribimos al fin para nosotros mismos, los únicos capaces de soportarnos durante un largo tiempo.


El cambio del trabajo

2 marzo, 2009

digital_nativesLa generación directiva actual es probablemente la última con minoría de nativos digitales. Se trata de una generación que ha crecido desarrollando el hábito del aprendizaje mediante la concentración, el estudio y análisis lineal de una materia hasta obtener la comprensión que permite, a la postre, la toma de decisiones (informadas). Aún hoy, cuando un directivo de primer nivel accede a un puesto, valoramos su conocimiento del sector como acaso el primer indicador de su capacidad de actuación (pregunten a Carol Bartz de Yahoo). El conocimiento, la experiencia, otorgan aún autoridad, incluso si admitimos que el directivo dedica cada vez menos tiempo a la toma de decisiones. El directivo de éxito era pues aquel que, habiendo acumulado un bagaje de conocimientos y experiencias -sectoriales, de gestión, ..- era posteriormente capaz de transformarse para comportarse de forma diferente, sabiendo acceder a los fragmentos de conocimientos relevantes y actuando de forma ejecutiva al ritmo que las empresas actuales demandan.

Pero lo que sea el conocimiento en las personas está cambiando, transfigurado por la acción de internet, el acceso a la información y las búsquedas en nuestro comportamiento. Hemos dejado de ser profundos, lineales, dirigidos cuando queremos saber de un tema. Ahora somos directos. Una búsqueda, y accedemos a una vida de estudio en resultados. La comparación no resiste ni un segundo. La información, el conocimiento, está al alcance de forma instantánea, con más precisión, con un detalle tantas veces superior. La virtud está ahora en escanear, escoger, desechar, saber consumir sólo la información que necesitamos de entre toda la superabundacia obtenida. El internet nos ofrece todo, y es imposible renunciar. Tras unos años empleando el nuevo medio, con la inmersión en la conectividad constante, sin embargo, empezamos a ver también los efectos. N. Carr repasa magistralmente el proceso de estupidificación. Desaparecidos los discursos, los razonamientos, el aprendizaje, sólo queda la atención, y la velocidad con la que la posamos y retiramos de cada elemento. Una atención parcial, fragmentada, ejecutiva. ¿Será la próxima generación de directivos aquella que no haya sido nunca capaz de una atención continua? Parece probable. Serán pues directivos con la esencia de la ejecutividad incubada desde el inicio, natural. Pero de dónde extraerán la capacidad de contextualización? ¿qué efecto tendrá esto en las empresas? La capacidad de encontrar el contexto, relativizar, adivinar los repliegues de la acciones y mercados, está detrás de algunas de las mejores y peores decisiones empresariales que recordamos. ¿Perderemos esto? Quizás sea internet quien deba aprender a contextualizar, ahora que nosotros vamos olvidando.


La (futura) profesión de Detective digital

25 agosto, 2008

Mientras la convivencia en las sociedades y ciudades actuales es cada vez más anónima y con vínculos más tenues, se puede observar como internet (la red) nos enreda de forma más redundante a las personas, reverberando con cada trazada que realizamos al socializarnos. Entrar en internet, ser internauta, es cada vez más dejar huellas digitales que nos señalarán en el futuro. Bajo la moda de web social muchas de estas intervenciones son analizadas desde un punto de vista de negocios, económico, tratando de figurarnos el valor comercial o publicitario de las exposiciones o asociaciones entre el contenido creado por los usuarios y los otros usuarios que simplemente escuchan o reciben las aportaciones de los creadores. Sin embargo, cada vez más gente deja rastro en internet (un 18%, de acuerdo al dato de Wharton, lo que supone más de 40 millones de personas sólo en USA), la inmensa mayoría sin consideraciones suficientes sobre el destino de los fragmentos publicados (cuánto permanecerán los registros, quiénes potencialmente accederán a ellos, ..), en una cantidad y detalle que nos abruma, por ejemplo, al acudir a una entrevista de trabajo en la que el entrevistador pueda conocer comentarios personales con otras amigo/as de Facebook.

Los operadores publicitarios tienen la presión de incrementar la personalización y la monetización de los mensajes que emiten para mejorar sus resultados, y para ello requieren de cada vez más información interconectada: correo, servicios de publicación de fotografías, búsquedas, webs visitados, contactos,… todo contribuye, y de qué manera, a ofrecer un retrato cada vez más preciso de los usuarios, y de su evolución en el tiempo. Así se explica la proliferación de herramientas que recogen porciones del usuario que somos en las distintas aplicaciones y pretenden combinarlas en un único perfil. De su esfuerzo interesado aparecen relaciones y conjuntos cada vez más completos de nuestros comportamientos. A ello se le añade que la información anotada tiene visos de ser indeleble, accesible tras los años, con la incorruptibilidad de lo digital.

¿Qué pasará en un tiempo, cuando el perfil dejado por nosotros ya no tenga interés comercial -si es que ocurre- por nuestra evolución o desaparición? La escritura y el arte han sido siempre una vía hacia la inmortalidad, la manera de reconocer a algunos de los que ya no existen. Quizás la web social sea para los demás esa larga cola de la literatura y la creación personal. Es posible que en el futuro, en esa gigantesca biblioteca de actuaciones con evocaciones borgianas que pueda llegar a ser la web social, queden enredados multitud de fragmentos que, debidamente recompuestos, nos permitan conocer a las personas. Quienes nos sucedan podrían quizás, con la ayuda de nuevos investigadores de los rastros digitales, confeccionar un reflejo mucho más preciso de lo que fueron las personas que les antecedieron, recabando las distintas aristas que los diferentes usuarios desperdigaron en las aplicaciones ahora inconexas. Saber qué escribió y leyó, qué opinó, qué relaciones y amistades trabó, qué gustos y preferencias le distinguieron, qué imágenes y grabaciones compartió puede ser bastante para aproximarnos a casi cualquier persona. La red puede acabar siendo -entre otras cosas- el verdadero cementerio de millones de personas.


La movilización de la información

13 noviembre, 2007

Lo móvil se impone. La tecnología ha ejercido un papel determinante en hacer móvil el contenido y su consumo, y ahora las personas hemos incorporado a nuestra vida diaria el formato móvil, portable, consumible y accesible desde cualquier lugar. La información se digitaliza, se hace transportable y manipulable, y está listo para su entrega en movimiento. Para volverse portables, los contenidos se reducen y fragmentan, se convierten en síntesis de su versión original. La música se convierte en ringtone, en ring-back-tone, y puede incorporarse a nuestro movimiento diario. El vídeo se fragmenta en clips, las películas en sketches, y las reflexiones se vuelcan en blogs y las declaraciones en latidos de twitter. El negocio alrededor de los contenidos se magnifica: lo pequeño se consume antes, se renueva con más facilidad, se factura más veces y la producción gana en escala.

El contenido se consume atomizado, en tiempos muertos, en una sucesión cada vez más veloz de temas, novedades, formatos. Y los productores, los nuevos generadores de contenidos, acompañan la tendencia aportando versiones cada vez más ligeras, más móviles, adecuadas al consumo al vuelo de los usuarios. La perspectiva de la producción también se ajusta. Se puede prescindir de productores y factores con dedicación completa que presentan el problema de gestionar la ocupación y amortizar activos. Se acude al contenido generado por los usuarios, a la contratación puntual,… todo se vuelve transaccional, breve, orientado al resultado, formal. Es el universo del la atención parcial continua: la compresión llega a tal punto, la desagregación es tan completa que empezamos a intuir maneras de digerir diversos contenidos simultáneamente, en hilos o conversaciones simultáneas: mensajería instantánea, email, llamadas, videos, emitiendo, recibiendo… resulta ingenuo, derrochador, requerir los cinco sentidos para una sola actividad.

Nuestros comportamientos reflejan entonces la nueva naturaleza de nuestra relación con los medios: la inmediatez desplaza a la precisión y el análisis -los bloggers cuentan ya con más influencia que muchos medios escritos-, los pensamientos a los discursos -se prefieren los comentarios a los investigación, las noticias a los informes, las crónicas a los libros-: no hay tiempo para detenerse en una idea, nada se desarrolla y sólo existe paso a la sucesión de eventos. La ingente cantidad de información no permite dedicar la atención, sólo repartirla: el acceso al individuo es precario y aún así se revaloriza y encarece constantemente.

¿Estamos las personas listas para esta transformación? ¿Hemos mejorado la productividad de nuestra asimilación de tal manera que somos capaces de actuar ejecutivamente respecto de la información recibida? Y en la creación de contenidos, ¿somos tan evolucionados como para admitir la sustitución del discurso por lo abreviado sin pérdidas de significado? ¿Es ya el hombre un ser tan eficiente que conoce el secreto de la decantación de la información, o estamos abandonando la esfera de la instrospección y el análisis por la de la superficialidad y las referencias? 


El líder constante

28 agosto, 2007

Hace unas semanas conjeturaba sobre la posibilidad de que el grupo pudiese ser elevado a la categoría de participante en la toma de decisiones en entornos críticos, como el gobierno político o corporativo, gracias al avance de la tecnología que materializa la formación de opiniones y su expresión en tiempo real. Sobre esto no fui novedoso, otros han abundado tanto sobre el nuevo poder de los individuos como sobre la calidad de las decisiones tomadas por los grupos. A través de una entrada de E. Dans observo actualmente un ejercicio real, aunque aún en gestación, de entrega de la decisión a un grupo: la gestión de un equipo de fútbol .

El caso tiene varios aspectos interesantes. De un lado, en el mundo del fútbol la cualidad de experto técnico (en la gestión, en este caso) es más difusa que en casi cualquier otro (no existe nada parecido a una escuela de gestores de equipos, y cuando las hay, pasan de puntillas sobre las decisiones que verdaderamente separan a los clubes exitosos de los demás, como la elección de los jugadores a comprar, a vender o la valoración adecuada de los mismos al confeccionar las plantillas). Unas cosas y otras conducen a considerar la dirección de equipos de fútbol, en gran medida, un arte antes que una ciencia, un sujeto de fortuna antes que un objeto de trabajo, como si el secreto de la gestión fuese un arcano inalcanzable para cualquier individuo de forma deliberada.  Por otra parte, el carácter de competición parece facilitar las comparaciones sobre qué organizaciones estan mejor gestionadas, de modo que los resultados del experimento, aunque necesiten de un periodo suficiente para ser significativos, podrían aportar conclusiones significativas. De este ejercicio el individuo podría quedar señalado como un pasivo en la toma de decisiones frente a un grupo más inteligente que él, que no envejece, más difícil de corromper, más constante.

Aunque hablemos de fútbol, podrían ser plantillas u organizaciones de cualquier tipo: el fútbol lo único que hace es exacerbar la guerra por el talento en términos de riesgo económico y con ello las consecuencias de decidir correcta o erróneamente. Lo que de aquí se concluya será razonablemente exportable a otros ámbitos. 

 J. Surowiecki, en su libro fantásticamente documentado, apunta multitud de casos (en política, o en criterios de calidad artística) en los que el colectivo concibe mejores decisiones que el individuo. Para obtener sin embargo decisiones válidas del grupo es necesario que éste sea independiente (que unos individuos no condicionen las respuestas de los otros). Cuando no lo es, Surowiecki lo llama turba [mob] y es descartado como un productor eficaz de decisiones. En este punto, el fútbol no será un buen caldo de cultivo: demasiadas pasiones, demasiada atención, demasiada discusión.

Pero el mayor problema práctico viene en mi opinión de la articulación de las fronteras entre las responsabilidades de ambos. Es evidente que el grupo no tiene una existencia permanente, se constituye y expresa para la ocasión, es multiforme y es discontinuado, por lo que nadie, ni siquiera Surowiecki sugiere que los grupos suplanten a los individuos completamente. Es necesario asignar a cada uno un área de acción. El individuo, a través de su pericia técnica, es capaz de avanzar en terrenos administrativos, burocrácticos, de análisis y coordinación, mientras que el grupo podría entrar en escena cuando se requiera una decisión estratégica. Pero ¿qué ocurrirá con lás zonas grises? ¿Quién presenta y determina las opciones al grupo, para su elección? ¿Quién determina los límites o condicionantes de la decision -por ejemplo, cuánto endeudarse para fichar jugadores-? Sospecho que en la contienda entre el grupo e individuo, será un individuo quien ejerza de juez.


El diálogo en web 2.0: Implicación de los usuarios

28 junio, 2007

Por expresarme en términos web 2.0, el tag del web 2.0 sería sin duda «web social». Pero qué sea web social puede ser interpretado en dos sentidos: web social porque los usuarios -no las empresas o grupos organizados- creamos contenidos o web social porque los usuarios respondemos a contenidos de otros usuarios (es decir, web social por participación de usuarios a usuarios, por diálogo). Que los usuarios podamos crear es esencialmente el resultado de remover la barrera técnica de la publicación a un impulso natural de las personas por contar, por comunicarse, por transmitirse. Que los usuarios participen atiende a su vez, en mi opinión,  a dos nuevas condiciones: la de la atención, que con la larga cola en la mano es una cuestión estadística (aunque no así la dosis de atención, que determina el éxito y la relevancia, por emplear la palabra que funda todo el negocio de los buscadores en internet) y puede darse por asegurada en ciertas -pequeñas- cantidades, y la de la emoción, la capacidad de hacer sentir al usuario. Sin emoción no hay participación, y por ello la participación es tan escasa.

La participación es valiosa porque valida el mensaje del emisor -incluso cuando lo critica- y porque refuerza la vocación creadora de éste, al implicarle en un diálogo (Enrique Dans, un blogger de éxito, explica la importancia de los comentarios en su blog). ¿Cómo crear emoción, es decir, cómo generar participación? ¿se puede tratar de comprar, como pretende Google? No tengo una respuesta, aunque puedo especular: el dinero puede resolver el problema de la atención, en la medida en que permita a algunos concentrarse en la producción o la realimentación de contenidos, mejorando su calidad (habrá quien refute esto, con el movimiento open source como argumento, aunque no es el objeto de este post discutir esto, por más que valga la pena apuntar que hay mucho más dinero del que se piensa tras los esfuerzos open source), pero parece complicado crear ambiente si no hay también un sentimiento previo. En mi opinión lo que se oculta detrás de la emoción, lo que abona el suelo de la participación, es el sentimiento de comunidad. Recuerdo haber acopiado algún análisis sobre las comunidades hace algún tiempo (Forrester también, y ahora recupera la visión, abundando en la actualidad del concepto), y quisiera recuperar unas conclusiones de un grupo de Stanford sobre los ingredientes de la comunidad: gente con algo en común, reunidos en torno a algo -una historia-, y donde la virtualidad ejerce de catalizador al facilitar la comunicación y la desinhibición. Por ello los resultados más espectaculares de implicación y participación una y otra vez siguen apareciendo en las webs de pacientes y familiares de enfermos.

El problema es que la emoción, la cercanía con el usuario, a menudo viene a costa de la polarización o la reducción: o se dogmatiza con opiniones que permitan agregar impertubables en torno a uno a los irreductibles de la postura o se establecen señas de identidad muy nítidas que excluyan de forma inequívoca a la mayoría y fortalezcan los vínculos de los que permanecen en interior. Algunas de las comunidades más intensas lo son precisamente porque no permiten entrar a cualquiera. Y la baja participación de las democracias o las iglesias cristianas sufren de abarcar a demasiadas sensibilidades, lo que les resta emoción (el islam es un caso complejo, aunque parece que ha apostado por la polarización).


Identidades digitales

24 May, 2007

La plataforma de Second Life está teniendo una gran repercusión como mundo virtual donde la gente crea una identidad nueva y digital. En medios y blogosfera se da eco al fenómeno, como un signo de los nuevos tiempos, como un ejemplo algo ingenuo de hasta dónde la virtualización puede llegar. Sin embargo, otro fenómeno está pasando desapercibido y tiene que ver con nuestra first life, no la segunda.

Hace unos días M. Cuban reflexionaba en su blog cómo nuestras identidades reales cada vez dejan una huella más precisa y prolija en internet. La memoria de nuestras vidas y acciones queda anotada con exactitud en blogs, libros de imágenes, webs personales, podcasts con grabaciones… devaluando nuestros recuerdos hasta volverlos una burda versión del juego de archivos que quedan a disposición de nuestros congéneres. Lo digital sepultando a lo analógico. El misterio de nuestras vidas, el atractivo de las personas, que consiste en tener no un pasado, sino muchos, a lo O. Wilde, deja paso a la neutralidad de los datos y la relevancia de los resultados. Algunos padres, al concebir nombres para sus futuros hijos, comienzan a acudir a Google para identificar las fórmulas que más visibilidad otorgan, recogía hace unos días N. Carr. Junto a la imagen de nuestras aspiraciones, indicada gruesamente en las islas de Second Life, otro dossier mucho más revelador se construye en el ciberespacio.

A medida en que transferimos la importancia de nuestros actos hacia lo digital, aumenta el peligro y el poder de los patrones de la atención. Lo que no es observado no existe, y ahora son los buscadores los que fijan en qué medida una persona es digna de ser reconocida. Una posición que, cada vez con más evidencia, no es neutral, sino que incorpora la voluntad de distinguir lo bueno y lo malo. No quiero resultar catastrofista o negativo, pero si ponemos cada vez más de nuestra vida como un volumen de información o unas bases de datos, acaso no estamos planteando nuestra esencia como un problema de organización y acceso? Como se pregunta N. Carr, ¿nos dirá Google qué pensar? En el mundo ideal que se está concibiendo en el Googleplex, ¿qué detalles quedarán fuera de su acción? Conscientemente o no, el precio que podemos estar pagando por la permanencia de nuestra huella -y la relevancia como resultado- quizás sea dependencia de una inteligencia (articifical) que cada vez se reconoce más superior.