El líder constante

Hace unas semanas conjeturaba sobre la posibilidad de que el grupo pudiese ser elevado a la categoría de participante en la toma de decisiones en entornos críticos, como el gobierno político o corporativo, gracias al avance de la tecnología que materializa la formación de opiniones y su expresión en tiempo real. Sobre esto no fui novedoso, otros han abundado tanto sobre el nuevo poder de los individuos como sobre la calidad de las decisiones tomadas por los grupos. A través de una entrada de E. Dans observo actualmente un ejercicio real, aunque aún en gestación, de entrega de la decisión a un grupo: la gestión de un equipo de fútbol .

El caso tiene varios aspectos interesantes. De un lado, en el mundo del fútbol la cualidad de experto técnico (en la gestión, en este caso) es más difusa que en casi cualquier otro (no existe nada parecido a una escuela de gestores de equipos, y cuando las hay, pasan de puntillas sobre las decisiones que verdaderamente separan a los clubes exitosos de los demás, como la elección de los jugadores a comprar, a vender o la valoración adecuada de los mismos al confeccionar las plantillas). Unas cosas y otras conducen a considerar la dirección de equipos de fútbol, en gran medida, un arte antes que una ciencia, un sujeto de fortuna antes que un objeto de trabajo, como si el secreto de la gestión fuese un arcano inalcanzable para cualquier individuo de forma deliberada.  Por otra parte, el carácter de competición parece facilitar las comparaciones sobre qué organizaciones estan mejor gestionadas, de modo que los resultados del experimento, aunque necesiten de un periodo suficiente para ser significativos, podrían aportar conclusiones significativas. De este ejercicio el individuo podría quedar señalado como un pasivo en la toma de decisiones frente a un grupo más inteligente que él, que no envejece, más difícil de corromper, más constante.

Aunque hablemos de fútbol, podrían ser plantillas u organizaciones de cualquier tipo: el fútbol lo único que hace es exacerbar la guerra por el talento en términos de riesgo económico y con ello las consecuencias de decidir correcta o erróneamente. Lo que de aquí se concluya será razonablemente exportable a otros ámbitos. 

 J. Surowiecki, en su libro fantásticamente documentado, apunta multitud de casos (en política, o en criterios de calidad artística) en los que el colectivo concibe mejores decisiones que el individuo. Para obtener sin embargo decisiones válidas del grupo es necesario que éste sea independiente (que unos individuos no condicionen las respuestas de los otros). Cuando no lo es, Surowiecki lo llama turba [mob] y es descartado como un productor eficaz de decisiones. En este punto, el fútbol no será un buen caldo de cultivo: demasiadas pasiones, demasiada atención, demasiada discusión.

Pero el mayor problema práctico viene en mi opinión de la articulación de las fronteras entre las responsabilidades de ambos. Es evidente que el grupo no tiene una existencia permanente, se constituye y expresa para la ocasión, es multiforme y es discontinuado, por lo que nadie, ni siquiera Surowiecki sugiere que los grupos suplanten a los individuos completamente. Es necesario asignar a cada uno un área de acción. El individuo, a través de su pericia técnica, es capaz de avanzar en terrenos administrativos, burocrácticos, de análisis y coordinación, mientras que el grupo podría entrar en escena cuando se requiera una decisión estratégica. Pero ¿qué ocurrirá con lás zonas grises? ¿Quién presenta y determina las opciones al grupo, para su elección? ¿Quién determina los límites o condicionantes de la decision -por ejemplo, cuánto endeudarse para fichar jugadores-? Sospecho que en la contienda entre el grupo e individuo, será un individuo quien ejerza de juez.

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