Mientras la convivencia en las sociedades y ciudades actuales es cada vez más anónima y con vínculos más tenues, se puede observar como internet (la red) nos enreda de forma más redundante a las personas, reverberando con cada trazada que realizamos al socializarnos. Entrar en internet, ser internauta, es cada vez más dejar huellas digitales que nos señalarán en el futuro. Bajo la moda de web social muchas de estas intervenciones son analizadas desde un punto de vista de negocios, económico, tratando de figurarnos el valor comercial o publicitario de las exposiciones o asociaciones entre el contenido creado por los usuarios y los otros usuarios que simplemente escuchan o reciben las aportaciones de los creadores. Sin embargo, cada vez más gente deja rastro en internet (un 18%, de acuerdo al dato de Wharton, lo que supone más de 40 millones de personas sólo en USA), la inmensa mayoría sin consideraciones suficientes sobre el destino de los fragmentos publicados (cuánto permanecerán los registros, quiénes potencialmente accederán a ellos, ..), en una cantidad y detalle que nos abruma, por ejemplo, al acudir a una entrevista de trabajo en la que el entrevistador pueda conocer comentarios personales con otras amigo/as de Facebook.
Los operadores publicitarios tienen la presión de incrementar la personalización y la monetización de los mensajes que emiten para mejorar sus resultados, y para ello requieren de cada vez más información interconectada: correo, servicios de publicación de fotografías, búsquedas, webs visitados, contactos,… todo contribuye, y de qué manera, a ofrecer un retrato cada vez más preciso de los usuarios, y de su evolución en el tiempo. Así se explica la proliferación de herramientas que recogen porciones del usuario que somos en las distintas aplicaciones y pretenden combinarlas en un único perfil. De su esfuerzo interesado aparecen relaciones y conjuntos cada vez más completos de nuestros comportamientos. A ello se le añade que la información anotada tiene visos de ser indeleble, accesible tras los años, con la incorruptibilidad de lo digital.
¿Qué pasará en un tiempo, cuando el perfil dejado por nosotros ya no tenga interés comercial -si es que ocurre- por nuestra evolución o desaparición? La escritura y el arte han sido siempre una vía hacia la inmortalidad, la manera de reconocer a algunos de los que ya no existen. Quizás la web social sea para los demás esa larga cola de la literatura y la creación personal. Es posible que en el futuro, en esa gigantesca biblioteca de actuaciones con evocaciones borgianas que pueda llegar a ser la web social, queden enredados multitud de fragmentos que, debidamente recompuestos, nos permitan conocer a las personas. Quienes nos sucedan podrían quizás, con la ayuda de nuevos investigadores de los rastros digitales, confeccionar un reflejo mucho más preciso de lo que fueron las personas que les antecedieron, recabando las distintas aristas que los diferentes usuarios desperdigaron en las aplicaciones ahora inconexas. Saber qué escribió y leyó, qué opinó, qué relaciones y amistades trabó, qué gustos y preferencias le distinguieron, qué imágenes y grabaciones compartió puede ser bastante para aproximarnos a casi cualquier persona. La red puede acabar siendo -entre otras cosas- el verdadero cementerio de millones de personas.
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