Democracia digital

30 diciembre, 2006

La toma de la Bastilla

En 2006 Times nombra a su personaje del año al internauta, a los protagonistas del web social, y no es posible no pensar que algo verdaderamente ha cambiado. Internet se ha convertido en un medio intensamente democrático, en el que todos somos iguales (en las precisas palabras de N. Carr, «on the Internet, we’re all bodiless, symbols speaking to symbols in symbols«) y el poder se haya más repartido y fragmentado que nunca. Los agentes que tradicionalmente han ostentado el poder (las empresas, los medios de comunicación), encuentran ahora que los usuarios -no todos, para ser francos, aunque sí potencialmente todos- les plantan frente y aún les miniaturizan. Y nos resulta irresistible celebrar el tránsito, la igualación de empleados y empresarios, el ajusticiamiento de las multinacionales en favor de mercados tan segmentados y alargados que el más modesto creador puede sentirse estrella y rodearse de admiradores.

Y sin embargo, esta euforia nos hace olvidar que la democracia ha admitido siempre su condición de sistema limitado, y acaso la radicalización de su imperio en un espacio como internet pueda estar igualmente exacerbando sus defectos. Asistimos a la creación de un sistema ‘transparente’ de publicidad para cualquiera y aparecen tumores que gravan la actividad sin aparente solución. Se inician los medios democráticos de gestión de la atención como Digg y sus imitadores y ahora resulta que los grandes salesmen -como diría M. Gladwell– de estos sitios ponen un precio a su juicio. Google, el gran organizador del acceso a la información, tiene también su cara de controlador respecto de lo que existe para el mundo y lo que no.

El éxito del capitalismo lo ha sido también de las empresas y los medios de comunicación. Pero por lo mismo, su deseo de conservar el poder económico que han acumulado les ha llevado a idear sofisticados métodos de organización que han homogeneizado sus productos y hecho previsibles sus defectos y alineamientos, permitiéndonos crear una adecuada desconfianza en nuestra forma de aproximarnos a ellos que nos protege de muchos de sus efectos perjudiciales (al menos de los mentales). Sin embargo, la rápida ascensión del poder de nuestros iguales nos ha cogido completamente desprevenidos. No sospechamos de la parcialidad de Google al ofrecernos contenidos, de los intereses de un blogger aupado por una audiencia y que vierte opiniones sin un proceso de comprobación de fuentes o aseguramiento editorial. Y sin embargo, buena parte de la credibilidad que atribuimos a los medios que consultamos es un efecto atribuido por la credibilidad depositada en los medios que tradicionalmente consultamos (otra parte deriva directamente del emisor, es cierto), una especie de inercia que impregna al medio y que se transmite al nuevo emisor con tal de que emplee los medios en una forma similar a lo que venía siendo la norma, justo lo que el web 2.0 ha realizado. Lo que ahora puede estar ocurriendo es que esa virtud del medio pueda estar diluyéndose entre miles de emisores que no tienen criterios de calidad en común y que no ejercen más censura que la superposición de mensajes contradictorios. En este ruido ensordecedor es difícil distinguir las voces autorizadas de las autoinvestidas, y los usuarios tenemos ante nosotros un gigantesco problema para asignar nuestra atención limitada con garantías de éxito.

La democracia ha llegado a la generación del contenido pero, como suele ocurrir con las revoluciones, derribar poderes exige una radicalización de las formas que remueve instituciones útiles y aúpa oportunistas. Tendremos que asistir a excesos hasta que el Internet encuentre la forma de expulsar o al menos de identificar a cada estrato de generadores de contenido. Los medios actuales no dejan de ser incipientes e inmaduros, tan limitados como lo es la democracia como sistema de asignación de autoridad. Aunque es lo mejor que tenemos.

Anuncio publicitario

Las puertas del campo

9 noviembre, 2006

Las comunidades son la nueva forma de marketing y publicidad. Las inserciones convencionales en medios no consiguen impactar a la audiencia o directamente no conectan con ella. Para llegar a los valiosos nichos de mercado de los jóvenes (clientes con vidas esperadas de años y millones de $ en share of wallet), se hace imprescindible formar parte de un nuevo espacio, el lugar de encuentro y diversión de estos usuarios. MySpace, Facebook, YouTube, Flickr, … adquieren cotizaciones millonarias y un valor estratégico porque son capaces de llegar a grupos de usuarios cada vez menos interesados en los mass-media

Sin embargo, adentrarse en el mundo de las comunidades para las empresas puede resultar peligroso. Al contrario que con las agencias publicitarias, no existe una relación cliente proveedor. La empresa dispone un entorno, facilitando el encuentro y la participación, esperando que los usuarios accedan y se decidan a contribuir. No está clara la combinación de factores que hacen exitosa una comunidad… Y sin embargo, comienza a aparecer un problema derivado del éxito de las comunidades. El contenido que aportan los usuarios puede traer problemas legales a la empresa que patrocina la publicidad. Hemos visto el caso, aparentemente resuelto (y subrayo lo de aparentemente), de los videos volcados en YouTube. Ahora, llega a la actualidad la noticia de que MySpace comienza a disponer los medios para evitar que los miembros empleen materiales discográficos protegidos. Y yo me pregunto ¿es posible ponerle puertas al campo? ¿verdaderamente se puede esperar que los usuarios participen de acuerdo a la política comercial del propietario del sitio?


El fin de la intimidad

14 septiembre, 2006

Hablamos del web 2.0 como el web social. Gracias a las nuevas aplicaciones y servicios, todos podemos publicar, acceder al exterior sin intermediarios ni barreras. Pero el camino parece cada vez más vertiginoso. Es sencillo comprobar como el balcón de un blog a menudo lleva al autor a forjarse una obligación frente a los lectores, reales o imaginarios, anónimos o no, una obligación que le mueve a declararse y confesarse cada vez más abiertamente. Secretos empresariales o personales, estados de ánimo, frustraciones son vertidas al espacio virtual para alimentar no se sabe bien si la ansiedad del blogger o de su audiencia (sospecho que la primera). Cada vez queda menos dentro y más en la web.
Los blogs sin embargo puede que sean el caso más inocente. En MySpace adultos americanos exponen sus vidas y gustos al alcance de cualquiera. Algunos diggers pasan cada vez más tiempo enviando contenidos solo porque así son reconocidos. El sitio Facebook, con más de 9 millones de adolescentes como usuarios, ha pasado a primera página por haber incluido un servicio para informar, como si de alertas se tratase, de cuándo un usuario experimenta un cambio (como separarse de su pareja, ser detenido,… y los que quiera que se vuelquen al expositor). Es difícil prever dónde puede acabar el derecho de cada uno a imponer a los demás sus 15 minutos de fama.
Es posible que la causa del problema esté precisamente en la razón de su éxito. Las comunidades mueven hoy completamente el negocio de la atención. Con los medios publicitarios convencionales registrando cada vez peores respuestas, el dinero de las marcas busca la atención de las personas en sus espacios de entretenimiento, los círculos en los que se reunen a formar comunidades. Siempre hay dinero para financiar una compañía que presente una nueva fórmula de explotar una red social o de contactos. El problema es que para crear comunidad, nos dice la teoría, es imprescindible el ingrediente del elemento compartido. Y nada es más compartido por el género humano que la miseria personal.