La moneda virtual de la atención

Buena parte del fracaso del internet 1.0 se fundó en la ausencia de modelos de ingreso o, dicho con más precisión, en la creación de modelos de ingreso que pretendían -sin consideración de la realidad- ofrecer servicios bajo el modelo publicitario: el usuario no paga por su disfrute, paga una tercera empresa por la atención (eyeballs) obtenidas en la congregación de visitantes y usuarios. Este modelo no es necesariamente malo, aunque en durante la burbuja sufrió degradaciones como justificar negocios para los que no había exhibidores, o plantearse de forma irrazonable (los modelos publicitarios, hasta la aparición de la larga cola, suelen aparecer con un esquema winner takes all que impide la supervivencia de más de uno o dos jugadores, y aún hoy al paraguas del long tail, de forma general no aseguran la rentabilidad de los entrantes más que con estructuras de coste optimizadas).

En todo caso, y aun pesando las innumerables defunciones de empresas que no han superado la prueba de la segunda ronda de financiación, durante todo este tiempo el modelo de ingreso publicitario se ha mantenido con fuerza, cotizando crecientemente al alza una nueva divisa digital: una falsa gratuidad. ¿Qué significa gratis para el usuario? No pagar dinero. Pero en la economía de la atención, aparece una nueva moneda, la información. Los modelos de negocio parecen refinarse hasta el extremo en que los ha dejado Google, en el encuentro de un click de un usuario con su conversión en compra para un comerciante a través de una intención declarada. Si primero se pagaba por surfear, lo cual acabó en algunos desastres y en el marketing bajo permiso, ahora asistimos a un modelo mucho más potente, por lo masivo, e inquietante, por el objeto de contraprestación, a saber, conveniencia -casi sin límites- en el medio digital, de forma gratuita, a cambio del ‘alma’ virtual del usuario. El rastro digital de nuestras vidas, que cada día es más profundo, completo, y real, custodiado por un celador que en este caso es juez y parte. ¿Cabe fiarse a la escrupulosidad, rigor y honestidad de Google en la promesa de cuidado hecha? En primer lugar, ¿sabemos a qué se ha comprometido Google y dónde se ha fijado a sí mismo los límites de su actuación? Tomándolo del post de Battelle, quien a su vez extracta los términos de servicio de Gooogle (el subrayado es mío):

11.1….By submitting, posting or displaying the content you give Google a perpetual, irrevocable, worldwide, royalty-free, and non-exclusive licence to reproduce, adapt, modify, translate, publish, publicly perform, publicly display and distribute any Content which you submit, post or display on or through, the Services. This licence is for the sole purpose of enabling Google to display, distribute and promote the Services and may be revoked for certain Services as defined in the Additional Terms of those Services.

11.2 You agree that this licence includes a right for Google to make such Content available to other companies, organizations or individuals with whom Google has relationships for the provision of syndicated services, and to use such Content in connection with the provision of those services.

Recientemente E. Dans, quien en el pasado había elogiado la labor de Google y su dirección, se cae del caballo para criticar duramente los últimos movimientos del buscador. Al contrario que la moneda financiera, la moneda de la atención se reevalúa con la acumulación: cuanta más precisión exista en los perfiles que se conforman de nuestra persona, máyores son las posibilidades de intromisión y mayores los temores. Al haber otorgado tanto poder a un único destinatario, nuestra desconfianza se dispara. Y sin embargo, y pese al murmullo, no se observa más que pasividad en los usuarios, no figuran movimientos de rechazo o animadversión contra los buscadores. ¿Cómo explicar esto? En parte, Google aún se beneficia de la inmejorable acumulación de capital en relaciones públicas que consiguió amasar durante años. Pero en parte también porque mediante la explotación del modelo de la gratuidad, Google ha conseguido un efecto esencial sobre el valor percibido de la moneda con que se cobra: ha devaluado su cotización. Por último, las identidades digitales, -por lo que tienen de ficticias o al menos de potencial de serlo- en la red han contribuido a formar una imagen difusa, devaluada, de nuestros yos virtuales (no tenemos apego ni consideración por nuestro rastro en la red, es considerada en parte reponible, sustituible, reproducible y desechable), aspecto del que Google se ha beneficiado enormemente. Y sin embargo, nuestra huella digital es un reflejo cada vez es más fiel de quiénes somos en realidad y a qué aspiramos. Pero esto ya lo sabe Google.

3 Responses to La moneda virtual de la atención

  1. […] evidente que la privacidad es un mercado a la baja y que los usuarios apenas valoran lo que entregan a los proveedores de servicios a los que escogen […]

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