Recién leído el libro de E. Pariser sobre la gestión que las grandes (y pequeñas en algunos casos) empresas de internet hacen de la publicidad, uno no puede sino quedar firmemente intranquilo respecto del escrutinio de nuestros comportamientos. Un escrutinio que se prolonga a lo ancho de las distintas webs y lugares que transitamos, exarcebado por tecnologías y redes de compartición de información que hacen que nuestros movimientos se registren como un continuo incluso cuando abandonamos unas direcciones para acudir a otras, y a lo amplio, en el tiempo, muchas veces más de lo que queremos o pensamos.
Es evidente que la privacidad es un mercado a la baja y que los usuarios apenas valoran lo que entregan a los proveedores de servicios a los que escogen (desde luego, y como indica Pariser, muy por debajo de lo que lo valoran las empresas que los acumulan y explotan). Es hasta cierto punto explicable porque la gran mayoria, si no la totalidad, del entramado económico y político que se ha construido alrededor de nuestros datos tiene lugar fuera de nuestro conocimiento. No obstante, es probable que a medida que las personas vayamos experimentando y conociendo las consecuencias prácticas de la generosidad con la información de nuestra vida (no recibir determinados feeds o resultados que no encajan con nuestro perfil, ser interpelados -publicitariamente- en relación a aspectos de nuestra vida que pensábamos privados, recibir atenciones de amigos o conocidos sobre aspectos que pensábamos eliminados de nuestros registros), poco a poco se generen al menos nichos en los que el valor de la privacidad resulte de un cruce efectivo de oferentes y demandantes conscientes. La consciencia es principal aqui: solo sabiendo en qué se emplean los trazos que dejamos en la red podremos decidir si nos sentimos cómodos -o al menos suficientemente compensados- con el intercambio implícito que existe hoy prácticamente en cualquier a la que visitamos. En este sentido, se echa de menos un movimiento o acaso una iniciativa empresarial que ponga al descubierto la información recabada y utilizada por las empresas controladoras de nuestra experiencia en internet (Google, Facebook, las redes de publicidad,..) para ayudarnos a decidir. El paso dado por Firefox, en este sentido, es bienvenido, aunque probablemente no es más que un paso en el camino por recorrer. Querrán aparecer empresas que nos muestren la factura (la propia o la que pagamos a otros) de los servicios gratuitos que utilizamos?