El negocio de los buscadores es hoy probablemente el principal mercado de internet. Alrededor de las búsquedas se concentra la mayor parte del negocio publicitario, y el negocio publicitario es hoy el principal sustento de la mayoría de pobladores de internet. El negocio de las búsquedas -aunque fuese descubrierto por otras empresas- encumbró a Google, y tras su estela aparece un interés redivivo sobre la mejor tecnología para ofrecer a los usuarios lo que buscan y necesitan.
El hecho es que el dominio de Google sobre la tecnología de la búsqueda, el secreto de la relevancia de los resultados, parece tan absoluto que en algunos casos uno siente la tentación de dar la guerra por concluída. Google no sólo cuenta con la mejor tecnología, cuenta con la mejor marca, la posición más dominante, y los mayores recursos que destina además en una superior proporción a investigar y desarrollar la mayor potencia y verosimilitud de los resultados. Intentar hacer de Google mejor que Google puede parecerle razonable a algunos, pero suscita escepticismo a priori. ¿Hemos llegado al final de la historia de las búsquedas?
Desde luego, muchos piensan que no, y la propia evolución de internet y de los negocios tecnológicos desaconseja excluir el cambio como variable. La cuestión es adivinar la grieta en la coraza de Google por donde pueda ésta resquebrajarse. O inventarla. La historia de los fracasos empresariales nunca comienza por una crisis prevenida.
Probablemente el origen del cambio consista en desplazar el rectángulo de juego tecnológico, en el que Google se encuentra tan cómodo, a otro más azul y en el que las reglas no las marque un algoritmo. ¿Qué es lo que valora un usuario cuando lanza una búsqueda al ciberespacio? ¿Decenas de miles de resultados? Recuerdo haber leído estudios sobre búsquedas en los que se arrojaba una media de poco más de dos páginas visitadas, es decir, menos de 30 links son consultados en media tras una búsqueda. Si no es cantidad pues, lo que satisface al usuario, se trata sin duda de calidad, pero ¿cómo medirla y aun obtenerla? Cuando uno emite una búsqueda, conoce la respuesta que espera aunque ignore su contenido, y el mayor esfuerzo personal reside en transmitir adecuadamente a la máquina la pregunta que lleva aparejada. Las máquinas que atienden a nuestras preguntas no empatizan, no contextualizan nuestra necesidad, no son capaces de superar la ambigüedad de nuestras expresiones. La mejora de los resultados de las búsquedas que anhelamos acaba pues por exigirnos un trabajo de aproximación: o las personas mejoramos en nuestra interpelación a las máquinas, haciéndonos más precisos y menos ambiguos al consultar, o las máquinas se vuelven más humanas y comprensivas y nos sobreentienden cuando lo necesitamos.
Los nuevos buscadores aparecen entonces por la frontera de la socialización de las máquinas. Mahalo, por ejemplo, comprende el esfuerzo de hacerse preguntas y resolverlas manualmente, para luego alojar dichas respuestas en la máquina. Representa la antítesis de Google. El problema está en el esfuerzo. Mahalo admite que no podrá atender más allá de un 30% de las preguntas (no será capaza de hacerse más de un 30% de las preguntas, en primer lugar), aunque dicho porcentaje puede representar una mayoría de los casos debido a la concentración de las necesidades (unos pocos términos son los más buscados). Mahalo está intentando superar el problema de la limitación incorporando a usuarios a la tarea de clasificar la web. En esta línea, la etiquetación de la web a la que estamos asistiendo desde los sitios web 2.0 puede estar abonando el futuro de los nuevos buscadores. Algunos lo han apuntado ya (el blog Read/Write Web sobre el papel de Del.icio.us y StumbleUpon como generadores de resultados), y los optimistas del poder de los usuarios probablemente celebran la posibilidad.