La plataforma de Second Life está teniendo una gran repercusión como mundo virtual donde la gente crea una identidad nueva y digital. En medios y blogosfera se da eco al fenómeno, como un signo de los nuevos tiempos, como un ejemplo algo ingenuo de hasta dónde la virtualización puede llegar. Sin embargo, otro fenómeno está pasando desapercibido y tiene que ver con nuestra first life, no la segunda.
Hace unos días M. Cuban reflexionaba en su blog cómo nuestras identidades reales cada vez dejan una huella más precisa y prolija en internet. La memoria de nuestras vidas y acciones queda anotada con exactitud en blogs, libros de imágenes, webs personales, podcasts con grabaciones… devaluando nuestros recuerdos hasta volverlos una burda versión del juego de archivos que quedan a disposición de nuestros congéneres. Lo digital sepultando a lo analógico. El misterio de nuestras vidas, el atractivo de las personas, que consiste en tener no un pasado, sino muchos, a lo O. Wilde, deja paso a la neutralidad de los datos y la relevancia de los resultados. Algunos padres, al concebir nombres para sus futuros hijos, comienzan a acudir a Google para identificar las fórmulas que más visibilidad otorgan, recogía hace unos días N. Carr. Junto a la imagen de nuestras aspiraciones, indicada gruesamente en las islas de Second Life, otro dossier mucho más revelador se construye en el ciberespacio.
A medida en que transferimos la importancia de nuestros actos hacia lo digital, aumenta el peligro y el poder de los patrones de la atención. Lo que no es observado no existe, y ahora son los buscadores los que fijan en qué medida una persona es digna de ser reconocida. Una posición que, cada vez con más evidencia, no es neutral, sino que incorpora la voluntad de distinguir lo bueno y lo malo. No quiero resultar catastrofista o negativo, pero si ponemos cada vez más de nuestra vida como un volumen de información o unas bases de datos, acaso no estamos planteando nuestra esencia como un problema de organización y acceso? Como se pregunta N. Carr, ¿nos dirá Google qué pensar? En el mundo ideal que se está concibiendo en el Googleplex, ¿qué detalles quedarán fuera de su acción? Conscientemente o no, el precio que podemos estar pagando por la permanencia de nuestra huella -y la relevancia como resultado- quizás sea dependencia de una inteligencia (articifical) que cada vez se reconoce más superior.