Don’t say «Don’t be Evil»

Google bajo la lupa Google representa a todos los efectos una historia de éxito. El éxito de una empresa creada en un garage y llevada a la cúspide del Nasdaq, el éxito de una empresa que supera a los grandes colosos de un mercado en menos de una década, el éxito de una marca instalada en las mentes de todos nosotros como sinónimo de su actividad (las búsquedas), separándose de sus competidores por una distancia mucho mayor que la que actualmente determina la mera calidad técnica de su producto.

Y sin embargo, todo este éxito tradicionalmente no ha sido suficiente para Google. Como empresa, confiada en su éxito, con la mezcla de arrogancia e ingenuidad típica de los ingenieros que impulsaron su nacimiento, desde un comienzo Google se concibió a sí misma como una empresa distinta a las demás empresas, instalada en un universo distinto, no contaminado por las miserias y oxidaciones del capitalismo: la resistencia a emplear elementos gráficos o publicidad en su web, la negativa a plegarse a las directrices de los mercados financieros, … todo ello eran símbolos de la unicidad de Google, condensados en el motto que ha acompañado a la empresa como un emblema: «Don’t be Evil«. De la mano de esta filosofía, Google ha atravesado su camino hacia el éxito con un efecto insospechado: la simpatía de los usuarios. Extrañamente, los usuarios no han recelado del ascenso imparable de una compañía que ha derribado como figuras de papel a las grandes multinacionales (y otras que no lo eran) que le han presentado batalla competitiva: las búsquedas primero, los blogs, el correo electrónico, los vídeos, últimamente las aplicaciones de oficina… todos terrenos de batalla superados con la inesperada facilidad con que los ejércitos alemanes deshicieron la oposición francesa en 1940.

No es difícil entender que la independencia y falta de convencionalismo de Google la hayan erigido en una favorita de los usuarios. Y sin embargo, bajo el inmaculado retrato de Dorian Gray comienzan a advertirse algunos hedores que invitan a pensar en una más prosaica realidad. A la monumental adquisición del gigante YouTube le ha seguido la estrategia implacable de obligar a todos los propietarios de derechos a requerir peticiones individuales para la remoción de los contenidos protegidos, lo que incluye amenazas a aquellos pequeños productores que no pueden costear abogados o largos procesos litigiosos. Respecto de los resultados del buscador, aún resuenan los efectos de la masiva actualización -aunque no la última- en la base de datos que mantiene bien a las claras cuál es últimamente el criterio decisor sobre los resultados de búsqueda, ya hoy un medio de vida para miles de pequeños (y grandes) comercios en internet y un puente insoslayable entre el conocimiento y la percepción de la realidad y los usuarios. La reciente introducción de la empresa en el mercado de las aplicaciones ofimáticas, sin perjuicio de poder significar la aparición de un modelo disruptivo, tiene muchos paralelismos con las denostadas prácticas de Microsoft de aprovechar su posición dominante en un mercado para torpedear la competencia en otro, empleando para ello y sin reservas el dumping (nadie puede pensar que el coste de desarrollo de esas aplicaciones venga sino de una transferencia de beneficios desde las búsquedas, aunque esto es aplicable a la enorme mayoría de campos en los que Google se ha instalado). Últimamente incluso observamos comportamientos de pura avaricia empresarial directamente incompatibles con la autoinvestida preocupación por las personas: sólo así puede entenderse la actuación en Carolina del Norte, en donde el propio estado y sus funcionarios se han visto obligados a ofrecer millones de dólares para garantizarse el establecimiento de una planta e instalaciones de la compañía. Nada que no haya estado en la agenda de otras muchas empresas, si excluímos los acuerdos de confidencialidad a que los funcionarios públicos se vieron obligados a firmar -detalles sólo al alcance de empresas tan poderosas como ella- pero que casan mal con el principio de no hacer el mal que impregna las relaciones públicas de la empresa.

Que el capitalismo y el libre mercado, con su favorecimiento del interés (económico) propio, suelen provocar situaciones y comportamientos indeseables, incluso bajo el marco de la ley, no es nuevo. Parte del velo de codicia que la sociedad asigna a los grandes poderes económicos se funda en la convicción de que la mayoría de grandes compañías esconden prácticas reprobables en la gestión de alguna persona o en la manera de conseguir ciertos resultados. Lo que es nuevo es que una empresa que se distingue a sí misma como la única de una nueva clase, y emplee esta imagen en provecho propio, acumule ejemplos igualmente cuestionables en sus sótanos. Google ha acumulado más poder que ninguna otra empresa en los últimos años. Y el poder corrompe.

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2 Responses to Don’t say «Don’t be Evil»

  1. […] pornografía a su red, como demuestra esta excepción) y de que “no colabora” (esto es, no se beneficia económicamente, aunque el tráfico de sus sitios tiene una relación directa con el valor de la compañía) con […]

  2. […] de rechazo o animadversión contra los buscadores. ¿Cómo explicar esto? En parte, Google aún se beneficia de la inmejorable acumulación de capital en relaciones públicas que consiguió amasar…durante años. Pero en parte también porque mediante la explotación del modelo de la gratuidad, […]

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